Me imagino acompañándola un día entero. Como un realiti de televisión. Me despierto con ella a las 6 y media de la mañana. La alarma suena, es una canción tranquila, como las de Manu Chao en Mano Negra. Así nos levantamos felices. Un par de minutos de regalo y paseamos hasta la ducha. Con los ojos cerrados jugamos a encontrar la llave del agua. Y es que soy tan malo para esos juegos. El agua caliente es la mejor manera de despertar. La ducha se hace eterna, sobre todo si es que ella me acompaña hoy.
Tomamos desayuno mirando las noticias. Mientras mira la tele, me animo a decirle lo que el otro día no le dije. No pesca mucho. Está más metida mirando la receta del Buenos Días a Todos. Agarro una marraqueta de mala gana y le echo margarina. De esas bien light.
Me quedo callado y miro la cagada que quedó en Estados Unidos. Los Lakers salieron campeones y celebran tal como los tontos celebran acá: alentando al equipo rompiendo la vía pública y saqueando negocios. Bonito.
No hay mucho que ver en el noticiero. Mejor vuelvo a acompañarla a ella en la mesa. Le pregunto por su día y sobre lo que hará hoy. Me habla sobre sus pruebas y sus compañeros. No sé por qué, pero me gusta. Me entretiene saber de lo que piensa. Si fuera cualquier otra persona me daría un poco menos que lo mismo. Pero no. Me interesa ene, hasta me quedo pegado en sus formas. En los gestos que usa para hablarme. Como cuando pestañéa y habla.
Algo le cuento yo de mi día. Mi día no se define con nada. De repente eso es bueno.
Juntos salimos a la calle escuchando como el aire se come las hojas que se cayeron ayer. Está helado. Tanto como cuando me mira. Me encanta su manera de mirar.
Nos metemos al metro y pasamos la tarjeta. No tengo saldo. Sin mirarme a los ojos me pasa una luca para poder llegar a la universidad. Cagado de verguenza se la recibo, siempre prometiendo devolverla al otro día. Entramos al vagón y las puertas se cierran. Está lleno el metro. Quedamos abrazados porque de otra forma no cabemos. Ojos a ojos, recién siento que me está mirando de verdad. Lástima que se baja en la próxima estación. Y si no fuera.
Tomamos desayuno mirando las noticias. Mientras mira la tele, me animo a decirle lo que el otro día no le dije. No pesca mucho. Está más metida mirando la receta del Buenos Días a Todos. Agarro una marraqueta de mala gana y le echo margarina. De esas bien light.
Me quedo callado y miro la cagada que quedó en Estados Unidos. Los Lakers salieron campeones y celebran tal como los tontos celebran acá: alentando al equipo rompiendo la vía pública y saqueando negocios. Bonito.
No hay mucho que ver en el noticiero. Mejor vuelvo a acompañarla a ella en la mesa. Le pregunto por su día y sobre lo que hará hoy. Me habla sobre sus pruebas y sus compañeros. No sé por qué, pero me gusta. Me entretiene saber de lo que piensa. Si fuera cualquier otra persona me daría un poco menos que lo mismo. Pero no. Me interesa ene, hasta me quedo pegado en sus formas. En los gestos que usa para hablarme. Como cuando pestañéa y habla.
Algo le cuento yo de mi día. Mi día no se define con nada. De repente eso es bueno.
Juntos salimos a la calle escuchando como el aire se come las hojas que se cayeron ayer. Está helado. Tanto como cuando me mira. Me encanta su manera de mirar.
Nos metemos al metro y pasamos la tarjeta. No tengo saldo. Sin mirarme a los ojos me pasa una luca para poder llegar a la universidad. Cagado de verguenza se la recibo, siempre prometiendo devolverla al otro día. Entramos al vagón y las puertas se cierran. Está lleno el metro. Quedamos abrazados porque de otra forma no cabemos. Ojos a ojos, recién siento que me está mirando de verdad. Lástima que se baja en la próxima estación. Y si no fuera.
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