Después de todo, nada cambia

Después de que Daniel escuchó lo último que dijo Francisca, que fue algo así como ".. en realidad no imaginaría un momento mejor a éste..", se sintió extraño. Pero de esa extrañez que te hace sentir bien después de unos minutos. Pensó que realmente estaban juntos. Estaban abrazados en un rincón de la Estación Los Héroes, con un paquete de papas fritas para cada uno, una bebida de 250 cc y sus mochilas de almohadas. Llevaban una hora y media hablando de cómo lo harían para lograr que su primer hijo fuese escritor. Después imaginaron todo su matrimonio, incluso teniendo como invitados a esos personajes oscuros de los cuales nunca quieren hablar. Reían sobre la primera vez que se conocieron, y también reían de lo abrigada que la gente viaja en metro a eso de las ocho de la tarde. Abrigos de piel, pantalones de látex, botas peludas, realmente había todo un circo que mirar allá abajo, en el metro.

"Dime algo tú también, ¿estás aburrido?". Daniel no encontraba una forma no tan violenta de explicarle a Francisca que se quería quedar ahí para siempre. Después de cinco minutos abrió la boca, sin dejar de mirarla. "Nosé, no sé que decirte", (tomó un poco de bebida para pensar y relajarse). "Ni yo sé todo lo que me gustas".

Francisca se puso rojísima. Pero no dejaba de sonreir. Daniel se enamoró aún más de esos cachetes colorados y esas migas de papas que tenía Francisca en los labios. Ella le dio un beso en la boca de la nada y se levantó. "Nos vemos mañana en Cálculo, no?". Daniel le dijo que sí con la cabeza sin siquiera pensar bien en la pregunta de ella. No paró de sonreir.

Francisca corrió hacia el tren mirando a Daniel. La estación estaba colapsada.