16 de octubre de 2009

No basta

Domingo tenía una guitarra que amaba con la vida. No sabía ni siquiera tocarla, pero ya se había convertido en su obsesión. La cuidaba como nadie, como quien trabaja con ella. Como esos músicos que se paraban en Matta por las mañanas. De repente la dejaba sola, así como para no parecer un loco. Pero dentro de él, muy dentro de él, lo único que pensaba era en volverla a ver. Todos los días, pañito en mano, le sacaba el máximo de brillo posible. Siempre pensaba que podía brillar más. La pulía como si fuesen sus piernas, como si ese pedazo de madera significara el camino del resto de su vida.

De a poco empezó a sacar notas. Y al final las aprendió todas. Solito. Sin que nadie le enseñara nada. La guitarra misma le enseñó a sentir, a sentir la música y el baile como una extensión de esa cabeza rara que tenía Domingo. Así fue como se enamoró de su guitarra. Así fue como le dieron ganas de ser artista, y de tocar sólo un instrumento, nada más, sólo él y su guitarra.

Todos los días le preguntaba si lo amaba. Le preguntaba a Fernanda, su guitarra, si quería que la afinara y también si pensaba en ser felices. Domingo sólo soñaba respuestas. Imaginaba que ella pensaba lo mismo que él. Pero a veces no basta. Y eso lo sintió Domingo en su corazón. Fernanda quería trompetas, baterías y bajos. Los mismos que Domingo escuchaba en su Mp3. Así que se vendió a Casa Amarilla ella misma. Se empapeló, se puso bonita y se vendió.
Hoy Domingo toca el piano por las noches. Llorando ya aprendió a tocar un Sol.

 
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