10 de octubre de 2010

SIN TÍTULO (TUS PODERES)

Que los abrazos sean únicos e irreemplazables, y así te des cuenta que no hay otros como los nuestros. Que las cosas que hacemos, los sonidos, las que entendemos y las que no, que todo quede en la retina escondida detrás de tus ojos bonitos. Que te des cuenta que me llevaste de un mundo de buena forma a otro tres mil veces más alto. Del cual no quiero bajar. Que hay una luz cada vez que me tiendes tus brazos, que nos conseguiremos una vía y emprendemos camino al sur, que cada vez te miro quiero que cruces el mar conmigo, pero por mientras me conformo con que crucemos juntos la calle de la mano. Que no hay nadie que se despierte como tú, que tenga tus formas y tus maneras. Que el tiempo se haga mínimo al lado de cada centímetro que hay de ti. Que tu olor convierta cualquier problema en una escusa para seguir. Que te des cuenta, por fin, los poderes que tienes. Y es que contigo nunca podría estar solo.

4 de octubre de 2010

De por qué te quiero

Te me hacías tan lejana en algún momento que no tenía cómo imaginarte. De repente no estuve lo suficientemente ahí, como para sentir lo que esa noche de septiembre sentí. Llegaste hermosa, como siempre, con la sonrisa real y tu cara boni(ta). Ahí empecé a entender por qué me gustas y también por qué te quiero. Porque me haces sentir nuevo, y así me dieron ganas de regalarte -no sé si cantarte- canciones que me ayudan a decirte cómo me siento ahora. Así me siento, como si me ganaran las acciones y reacciones cuando vas caminando al lado mío. Te sigo queriendo porque, a pesar de todo, confiaste en mí, y también porque te gustan las manzanas. Porque salir a cualquier parte contigo es una razón para dejar de hacer cualquier cosa. Te quiero porque me acompañas, porque me muestras tu escondite y las cosas que te hacen feliz. Te quiero porque contigo no me incomodan los silencios, y me imagino que nos decimos cosas bonis de mente a mente. Te quiero, también, porque me da lo mismo decirte que te quiero. Te quiero, de nuevo, por tus preguntas y tus respuestas, por cómo eres y cómo no eres. Por todas las veces que me haces sonreir al día, aunque no estés cerca, acordándome de lo que vi de ti. Te quiero porque me siento en una silla a tratar de explicarte por qué te quiero. Y sé que no tengo por qué hacerlo, pero sólo lo hago porque (te) quiero.

11 de mayo de 2010

Carta para mí

Hoy está depejado. Con sol, en pleno otoño, como a ti te gustan los martes. Ha sido una buena semana. Después de un fin de semana de noche, alergias y pérdidas. Pero ha sido bacán. Te veo bien. Te veo más pausado. Ayer te vi disfrutar de espaldas con tus cercanos. Mientras la gente los reojeaba alrededor.

Existen cosas que se disfrutan así, sin preguntarle a nadie, sin esperar a las personas que no lo disfrutan como tú. Y es lógico. No te lo cuestiones. Hoy tienes que ir a arreglar la bicicleta que sonaba ayer. ¿Te acuerdas? Hueón, casi mueres dos veces en dos días. No es la idea. Hay que soltar el acelerador de repente. Como cuando bajabas por Grecia y te ibas en el carril de al lado imaginando qué conversaban esas dos amigas. No es intromisión. Lo sé. Es sólo curiosidad. De esa buena.

Así que aprovecha. Que los días pasan rápido, y todas las verdes están sincronizadas. No te vayas a paro, eso sí. Eso déjaselos a las revoluciones mecánicas. Tú anda y sáltate la baranda. Y del moretón no te preocupes, siempre estarán los pantalones.

Como dice un gran amigo: Un abrazo de gol (imagínatelo)

26 de enero de 2010

840 DÍAS

Nada me había durado tanto. De hecho, pocas cosas me duran más de lo que creo. Pero nos pusimos a contar los días en una nube naranja y me impresioné. Me encantaría capsular esos ochenta y tantos días de ti de alguna forma. Como la discoteca (de discos) que me gustaría tener también. Así te puedo (y me puedo) recordar cada día que pasamos. Para que veamos cómo fuimos, cómo somos y cómo seremos. Para que sepas que los dos nos hemos caído y lo que importa ahora es que seguimos contando días. Me encantaría guardar esos rulos de diamantes que ahora tú los guardas con tus pañuelos. Te voy a sacar una foto para comérmela de desayuno, mientras tú atiendes a una familia de koreanos que quieren probar un café tuyo. Yo hasta una barra de cemento me la como con agrado si estás aquí. No necesito pastillas para dormir si estás conmigo, hoy me acuesto de guata y me imagino que me dices te amo al oído.

20 de enero de 2010

Carta abierta a quien quiera recibirla

Querida(o):

Estoy seguro de que no quisiste abrir esta carta. Pero me hace feliz saber que de todas formas la estás leyendo. Para que quede claro. Porque hay tantas cosas que me hacen sangrar, que me dejan ronchas feas cuando me da alergia o algunos rasguños de noches extrañas, pero lo de ese día fue un accidente. Y sangré como nunca. De verdad, creo que nunca había sangrado así.

Quiero que sepas que sigo soñando esos sueños que compartimos. Esos en casas y departamentos con algunos niñitos (dos o tres) revoloteando por la casa. Me río siempre. Porque apareces de repente enojada con los niños que te desordenaron el living. Y hasta tu pieza la destrozaban. No sabes cómo te enojabas. Después, por la tarde, los cuatro (o cinco quizás) íbamos a comer algo rico a algún restaurant. ¿Te acuerdas que ni uno de los dos sabe cocinar? Yo me acuerdo de tantas cosas todos lo días. De verdad. Es como si todos los días hubiese un capítulo nuevo que recordar. El mismo episodio que, un ratito después de reirme, me parte el corazón.

Voy a aprovechar que quisiste leerme para decirte que me robé un poco de tu olor ese día en la esquina. No me costó nada. Entré rápido y con mis dos manos agarré todo el aroma que cabía en mi pecho. Con razón iba tan apretado en el camino. Mi pecho reventó dos cuadras después. Igual seguí respirando, creo. Y sí, si entiendo que todas las vidas deben seguir. Es sólo que yo iba detrás tuyo. He practicado todos mis pecados y no me he dejado ganar, en serio. Si al final soy sólo un ser humano esperando a otro. Quédate aquí. ¿Se me olvidó decirte algo? Ojalá que sí. No quiero terminar de contarte cosas. Ahí sí que ya andaría partido en dos.

Ahora te dejo (de escribir). Tengo que acompañar a mi mamá a no sé dónde. Estabas invitada(o), como siempre. Algo le inventé: que ibas (y volvías) a Marte. A mí me da lo mismo. Yo siempre voy aMarte.

15 de enero de 2010

Vuelta

Es raro volver. Todo el mundo, o gran parte de él, dicen que las segundas vueltas son malas. Que las repeticiones nunca son lo que las precede. Pero se puede volver a hacer cualquier cosa, y no tiene nada que comparársele con lo que fue. Hoy vuelvo a escribir. Ayer volví a ti. Y no me incomoda. No me molesta dar pasos atrás, pasos en falso, o pasos hacia el costado, como quieran llamarle. Porque en todo orden de cosas, creo yo, no hay nada establecido. O por lo menos así me gusta creer la vida, como algo incierto, indescifrable, inorganizable, si es que existe esa palabra.

Las mismas cosas te demuestran que es necesario volver. Cuando puedes experimentar segundas sensaciones con las mismas cosas, es cuando sacas conclusiones. Porque la seguridad viene con la confirmación. Hoy me confirmé lo mucho que te puedo extrañar en tan pequeño lapso de tiempo. Me aseguré de saber con quién estabas, dónde estabas y cómo ibas. Porque, aunque no lo creas, sólo me importa asegurarte a ti. Como un seguro sin trabas ni compromisos ni letras. Y eso que a veces me gusta echarte de menos, y así puedo volver a disfrutar un poco más de ti. Qué bueno es esto de volver a escribir. De vuelta.

2 de noviembre de 2009

Un pacto

27 de octubre de 2009

Respuestas en viaje

Parece que te fui a dejar al aeropuerto y nos perdimos. Te fuiste sin celular, yo perdí el mío, no tienes Internet en el Hotel y yo tampoco en casa. No sabemos nada el uno del otro y, al mismo tiempo, lo sabemos todo. Pero es así, andas de viaje. No sé qué pasajes compraste. Ese día yo sólo te fui a dejar al embarque. No tengo idea por cuánto tiempo será tu estadia y quizás tú tampoco lo sepas. Ni la tecnología puede vencer las grietas, ni siquiera tu notebook nuevo. Yo, como siempre, me quedo acá. Con mis cosas. Bien apretado. Haciéndome el tonto o tratando de vivir aquí, en Santiago. La ciudad está fea, está gris. Han pronosticado casi treinta grados y con suerte llegamos a los doce, como yo. Me compré un celular nuevo, para que reciba señal tuya. Ya sabes, las compañías telefónicas y las malas recepciones no son lo mío.
Ya te veo mirando las vitrinas, hablando en otros idiomas y enseñando matemáticas. Prendiendo fuegos artificiales y durmiendo de lado. Sonriéndole a las azafatas y tranquilizando a los nerviosos. Te veo como acá, cuando todavía quedaban preguntas.

20 de octubre de 2009

No lo puedo evitar

Me encantaría que me dijeras si ves esto. Si te enteras de cuánto te extraño. Que sepas también que hay momentos en que no me conozco, ni mucho menos me reconozco. Me gustaría que me vieras. Que leyeras cada pedazo de mi mente. Te juro, me encantaría que leyeras tantas cosas. Déjame decirte que estoy en cualquier parte. Que no puedo terminar lo que empiezo. Que cada minuto se hace tedioso porque a cada rato pasas por acá. Me gustaría, sí, me gustaría que estuvieras sintiendo igual que yo. Así de egoista. Pero sólo porque de esa forma me entenderías.
Quiero que sepas que me faltan tantas cosas, cosas que quizás nunca tendré. Pero también quiero que te metas en la cabeza, sólo si lees esto, que no hay nadie que te dibuje tantas veces en su cabeza. Tantas veces como yo. Me encantaría que estés bien. Y que estés leyendo esto. Me encantaría(s).

16 de octubre de 2009

No basta

Domingo tenía una guitarra que amaba con la vida. No sabía ni siquiera tocarla, pero ya se había convertido en su obsesión. La cuidaba como nadie, como quien trabaja con ella. Como esos músicos que se paraban en Matta por las mañanas. De repente la dejaba sola, así como para no parecer un loco. Pero dentro de él, muy dentro de él, lo único que pensaba era en volverla a ver. Todos los días, pañito en mano, le sacaba el máximo de brillo posible. Siempre pensaba que podía brillar más. La pulía como si fuesen sus piernas, como si ese pedazo de madera significara el camino del resto de su vida.

De a poco empezó a sacar notas. Y al final las aprendió todas. Solito. Sin que nadie le enseñara nada. La guitarra misma le enseñó a sentir, a sentir la música y el baile como una extensión de esa cabeza rara que tenía Domingo. Así fue como se enamoró de su guitarra. Así fue como le dieron ganas de ser artista, y de tocar sólo un instrumento, nada más, sólo él y su guitarra.

Todos los días le preguntaba si lo amaba. Le preguntaba a Fernanda, su guitarra, si quería que la afinara y también si pensaba en ser felices. Domingo sólo soñaba respuestas. Imaginaba que ella pensaba lo mismo que él. Pero a veces no basta. Y eso lo sintió Domingo en su corazón. Fernanda quería trompetas, baterías y bajos. Los mismos que Domingo escuchaba en su Mp3. Así que se vendió a Casa Amarilla ella misma. Se empapeló, se puso bonita y se vendió.
Hoy Domingo toca el piano por las noches. Llorando ya aprendió a tocar un Sol.

 
Peru Blogs