“Sean estas cuatro murallas manantial de reforma y fe”, esto fue lo primero que vio José Del Carmen Valenzuela en la entrada de la cárcel de Chillán. Tiempo más tarde supo realmente lo que significaban estas palabras, ya que no sólo aprendería a leer y escribir, si no que también se rehabilitaría ante todo un país que seguía la vida de este asesino.
De fundo en fundo pasó trabajando el pequeño José. Su verdadero nombre era Jorge Del Carmen Valenzuela Torres, también se le conocía como “La Trucha”, “El Canaca”, “El Campano”. Desde comienzos de su infancia conoció lo que era la miseria y la pobreza. Sin un techo digno para vivir, sin ningún tipo de educación, casi como un animal de carga vivió los primeros años de su vida. Un día José decidió partir, escapó de su casa y vagó por los ranchos cercanos a la comuna de Coihueco, Chillán.
Trabajó en cualquier cosa. Se convirtió en un afuerino en busca de trabajos temporales que gastaba lo poco que ganaba en garrafas de vino. Analfabeto y sin haber conocido alguna vez el amor o el cariño, El Canaca llegó al rancho en donde se encontraba Rosita, la mujer crucial en su vida.
Rosa Rivas era una mujer esforzada. Madre de cinco hijos, trabajaba en un rancho en las cercanías de Cohihueco, los patrones de la hacienda en donde trabajaba le habían entregado una modesta casa en los campos aledaños a la finca. Un nublado día llegó un forastero a la humilde morada. Sediento y con ropas desgastadas, el monosílabo visitante le pidió un vaso de agua a cambio de trabajo a la mujer. Luego de conocer a la familia, el recién llegado pasó la noche en la casa y entabló una relación con Rosa. Para Jorge, Rosa fue la primera mujer que le mostró un sentimiento distinto al odio y la soledad.
La policía fue implacable a la hora de desalojar la casa de Rosita. Mientras sus cinco hijas lloraban desconsoladas, los policías tiraban todas sus pertenencias a la tierra, mandados por los dueños del fundo. Ya no la necesitaban más ahí.
Jorge fue el único que ayudó al grupo de mujeres. Sin nada mejor que hacer, la familia y el forastero campesino comenzaron a vivir a campo abierto, sin techo ni comida. El vino era la única salida de la pareja, mientras las niñas recolectaban comida o pedían algo de limosna, Jorge y Rosa pasaban las horas ante la garrafa más barata del pueblo. En una de sus tantas tardes de borrachera, Jorge observó a Rosa. La mujer no había llegado con el dinero que le correspondía traer por la pensión de viudez que recibía y peor aún, le quitó a Jorge el poco de vino que quedaba en la botella.
El descontrol se hizo insostenible. Jorge se abalanzó sobre su conviviente y con su herramienta de trabajo le quitó la vida en unos segundos. “El chacal” volvió a tomar la guadaña y asesinó una por una a las cinco hijas de la mujer. Cruelmente las mató a todas de la misma forma: machacándolas con la herramienta, a excepción de la más pequeña, una guagua a la cual aplastó con su pie hasta dejarla sin aire.
Después de inmovilizar los cuerpos con piedras, el alcohólico campesino se dio a la fuga, dejando atrás seis inocentes sin vida.
Jorge siguió por la senda del licor y la amargura, comenzó a robar para conseguir alcohol mientras que la policía no demoró en descubrir su culpabilidad. Todo el pueblo andaba en busca del delincuente, no por nada lo bautizarían como “El Chacal de Nahueltoro”.
Una ramada de Chillán fue el escenario para que Jorge fuera detenido por dos policías montados. Pese a su estado de intemperancia, “El Canaca” supuso los motivos de su detención y no opuso resistencia.
La cárcel fue un renacer. Jorge comprendió lo que era relacionarse con la gente y aprendió variadas técnicas que lo ayudarían a adaptarse nuevamente a la sociedad que lo había despojado. Desde un juego de fútbol, a una desarrollada habilidad construyendo pequeñas guitarras, Jorge conoció aquella parte de la vida que no había vivido, se sintió útil y pudo demostrar que él no guardaba maldad en su alma.
Son las 7:15 de la mañana. El pelotón a cargo del fusilamiento está preparado y formado en dos líneas, seis hombres de pie y otros seis arrodillados delante de los primeros. La sentencia del juez fue categórica: condena de muerte para el reo Jorge Del Carmen Valenzuela, la única salida sería el indulto presidencial, el cual nunca se le concedió. Con un caminar seguro, “El chacal” pidió unos minutos para escribirle a su madre y también para agradecer a la gente que lo ayudó en la cárcel. Hoy está tranquilo y con el alma limpia. Jorge espera sentado y con los ojos vendados, con los mejores recuerdos de su madre y de todo aquello que aprendió en la cárcel.
Cuando el reloj indicaba las 7:21 de la madrugada, el cadáver de Jorge se encontraba sin vida y con más de tres impactos de bala en el corazón. El estado ajustició al hombre.
De fundo en fundo pasó trabajando el pequeño José. Su verdadero nombre era Jorge Del Carmen Valenzuela Torres, también se le conocía como “La Trucha”, “El Canaca”, “El Campano”. Desde comienzos de su infancia conoció lo que era la miseria y la pobreza. Sin un techo digno para vivir, sin ningún tipo de educación, casi como un animal de carga vivió los primeros años de su vida. Un día José decidió partir, escapó de su casa y vagó por los ranchos cercanos a la comuna de Coihueco, Chillán.
Trabajó en cualquier cosa. Se convirtió en un afuerino en busca de trabajos temporales que gastaba lo poco que ganaba en garrafas de vino. Analfabeto y sin haber conocido alguna vez el amor o el cariño, El Canaca llegó al rancho en donde se encontraba Rosita, la mujer crucial en su vida.
Rosa Rivas era una mujer esforzada. Madre de cinco hijos, trabajaba en un rancho en las cercanías de Cohihueco, los patrones de la hacienda en donde trabajaba le habían entregado una modesta casa en los campos aledaños a la finca. Un nublado día llegó un forastero a la humilde morada. Sediento y con ropas desgastadas, el monosílabo visitante le pidió un vaso de agua a cambio de trabajo a la mujer. Luego de conocer a la familia, el recién llegado pasó la noche en la casa y entabló una relación con Rosa. Para Jorge, Rosa fue la primera mujer que le mostró un sentimiento distinto al odio y la soledad.
La policía fue implacable a la hora de desalojar la casa de Rosita. Mientras sus cinco hijas lloraban desconsoladas, los policías tiraban todas sus pertenencias a la tierra, mandados por los dueños del fundo. Ya no la necesitaban más ahí.
Jorge fue el único que ayudó al grupo de mujeres. Sin nada mejor que hacer, la familia y el forastero campesino comenzaron a vivir a campo abierto, sin techo ni comida. El vino era la única salida de la pareja, mientras las niñas recolectaban comida o pedían algo de limosna, Jorge y Rosa pasaban las horas ante la garrafa más barata del pueblo. En una de sus tantas tardes de borrachera, Jorge observó a Rosa. La mujer no había llegado con el dinero que le correspondía traer por la pensión de viudez que recibía y peor aún, le quitó a Jorge el poco de vino que quedaba en la botella.
El descontrol se hizo insostenible. Jorge se abalanzó sobre su conviviente y con su herramienta de trabajo le quitó la vida en unos segundos. “El chacal” volvió a tomar la guadaña y asesinó una por una a las cinco hijas de la mujer. Cruelmente las mató a todas de la misma forma: machacándolas con la herramienta, a excepción de la más pequeña, una guagua a la cual aplastó con su pie hasta dejarla sin aire.
Después de inmovilizar los cuerpos con piedras, el alcohólico campesino se dio a la fuga, dejando atrás seis inocentes sin vida.
Jorge siguió por la senda del licor y la amargura, comenzó a robar para conseguir alcohol mientras que la policía no demoró en descubrir su culpabilidad. Todo el pueblo andaba en busca del delincuente, no por nada lo bautizarían como “El Chacal de Nahueltoro”.
Una ramada de Chillán fue el escenario para que Jorge fuera detenido por dos policías montados. Pese a su estado de intemperancia, “El Canaca” supuso los motivos de su detención y no opuso resistencia.
La cárcel fue un renacer. Jorge comprendió lo que era relacionarse con la gente y aprendió variadas técnicas que lo ayudarían a adaptarse nuevamente a la sociedad que lo había despojado. Desde un juego de fútbol, a una desarrollada habilidad construyendo pequeñas guitarras, Jorge conoció aquella parte de la vida que no había vivido, se sintió útil y pudo demostrar que él no guardaba maldad en su alma.
Son las 7:15 de la mañana. El pelotón a cargo del fusilamiento está preparado y formado en dos líneas, seis hombres de pie y otros seis arrodillados delante de los primeros. La sentencia del juez fue categórica: condena de muerte para el reo Jorge Del Carmen Valenzuela, la única salida sería el indulto presidencial, el cual nunca se le concedió. Con un caminar seguro, “El chacal” pidió unos minutos para escribirle a su madre y también para agradecer a la gente que lo ayudó en la cárcel. Hoy está tranquilo y con el alma limpia. Jorge espera sentado y con los ojos vendados, con los mejores recuerdos de su madre y de todo aquello que aprendió en la cárcel.
Cuando el reloj indicaba las 7:21 de la madrugada, el cadáver de Jorge se encontraba sin vida y con más de tres impactos de bala en el corazón. El estado ajustició al hombre.
1 opinan:
wn como que en el segundo párrafo kache que era el chacal. Esta historia la habia leido en la versión del Diego el año pasado. Me gustó es como , no sé , me gustó ajajaj
saludos
C,
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